Tolerancia y Masonería
Publicado el 17 septiembre, 2013 por Masonería
Mixta
Me dispongo a escribir una entrada
sobre un tema que es por naturaleza espinoso y lleno de equívocos: se trata de
la relación entre tolerancia y masonería. Intentaré ser breve y no caer en
demasiados lugares comunes.
Lamentablemente, no tengo tiempo (ni
el lector paciencia, supongo) para explicar pormenorizadamente las acepciones
históricas de la tolerancia. Tal cosa sería más bien el propósito de un escrito
aparte, o de libros ya existentes mucho mejores que esta humilde entrada. Se
entenderá en su sucesivo, por tanto, que la tolerancia consiste en no actuar en
contra de ideas o acciones con las que uno está en desacuerdo, y contra las que
podría hacer algo. Si no existe posibilidad de actuar en contra no se está
hablando de tolerancia sino de simple impotencia o inacción. Si las ideas o
acciones no le producen a uno realmente un desacuerdo entonces tampoco hablamos
de tolerancia sino de simple indolencia. Por ejemplo, no es lo mismo ser
tolerante con la homosexualidad que el que a uno simplemente le de igual el
sexo de aquellos que otra gente escoge como compañero vital. Un matiz que será
familiar a los acostumbrados a leer declaraciones de políticos de extrema
derecha.
Adicionalmente,
voy a basarme en la conclusión de Karl Popper en
“La sociedad abierta y sus enemigos” y de John Rawls en “Una teoría de la justicia”
de que incluso las naciones o instituciones definidas como tolerantes tienen la
necesidad de ser intolerantes con aquellos que directamente intenten
destruirlas, por pura supervivencia. La tolerancia absoluta con todo, como
concluyeron hace tiempo estos autores, es sencillamente algo que no tiene
sentido como principio ordenador de una sociedad. La tolerancia, por tanto,
tiene siempre un carácter restringido como máximo a aquellos principios que no
busquen activamente destruir la propia sociedad.
Es
frecuente tanto en pasos perdidos como en conversaciones online escuchar a la
gente atribuir a la masonería o a los masones un carácter excepcionalmente
tolerante, al menos comparado con sus homólogos “profanos“. Se intuye
una cierta asociación no verbalizada nunca de que lo masónico es necesariamente
tolerante, y que un ejercicio de intolerancia es, como mínimo, poco masónico, y
en algunos casos se llega a la acusación de falta de fraternidad.
A mi esto siempre me ha supuesto una
estupefacción más que regular. Los principios de la masonería, como es bien
sabido, son la libertad, la igualdad, y la fraternidad. El GOdF agregó la
laicidad como un añadido a estos tres valores. ¿Dónde está la tolerancia en esa
lista?
Es cierto que sin cierta tolerancia
la libertad no existe, ya que si no se toleran los actos o pensamientos de uno,
uno no es realmente libre de obrar. Así mismo, la igualdad requiere que las
ideas consideradas coherentes con el ideario masónico se traten en un plano de
igualdad, desde la tolerancia entre ellas. Por último, si uno no tolera las
ideas de otro QH, no puede hablarse de una verdadera fraternidad.
Es importante aquí hacer dos
matices. Uno es que tolerar no implica necesariamente no disentir verbalmente
cuando unos valores que uno tolera no obstante están en contra de los que uno
sostiene. Por ejemplo, un masón puede respetar la ideología política
conservadora moderada de otro hermano, pero eso no significa que no vaya a
poder discutir con él o rebatir sus afirmaciones, siempre desde el respeto al
QH. La tolerancia se refiere a que uno no vaya a utilizar sus derechos o su
influencia para silenciar la manifestación de ideas con las que discrepa pero
que no son realmente incompatibles en esencia con la sociedad de iguales en que
coexiste con el que mantiene la otra idea.
Por
otro lado, la francmasonería no es especialmente tolerante, por más que esto
incomprensiblemente sorprenda a muchos. La masonería lo que hace (si es que
hace algo, ya que la labor masónica la llevan a cabo los masones
individualmente, no una monolítica organización) es promover férreamente la
igualdad y la fraternidad entre hermanos, buscando una libertad de expresión
entre ellos, precisamente siendo intolerante con los actos que debiliten dicha
triada de principios. Le Droit Humain, primera obediencia masónica mixta,
surgió precisamente alrededor de la intolerancia de la idea de que sólo los
hombres podían gozar de la iniciación y los derechos del oficio. Una idea con
la que los fundadores de Le Droit Humain estaban en desacuerdo, y que lucharon
por combatir desde la fraternidad. Hoy día la masonería sigue siendo
intolerante ante la esclavitud de cualquier tipo, la segregación sexual,
racial, cultural, política o religiosa, el abuso físico o psíquico, ante el
ejercicio de la pena de muerte y la tortura… De hecho somos bastante más
intolerantes, si uno cuenta las “líneas en la arena” ideológicas que no se
pueden cruzar, que muchas otras fraternidades. Incluso dentro de los trabajos
hay un orden y un ritual. Una manera concreta de hacer las cosas, solicitar el
turno de palabra, dirigirse al taller y exponer las propias ideas. Y se es
intolerante hacia aquellos que opten por otro procedimiento dentro de los
trabajos, si dicho procedimiento no proviene del consenso del taller.
En mi opinión, la confusión
viene porque de un tiempo a esta parte se ha ido asociando la intolerancia al
totalitarismo, al pensamiento único y a la represión, dándole un tinte
moralmente maligno, cuando la intolerancia no describe más que la mayor o menor
disponibilidad a oponerse a cierto campo de ideas que uno considera
inaceptable. No es moralmente mejor ni peor que la inacción. Obviamente es
contrario a la igualdad el ser intolerante hacia las creencias religiosas de
otros hermanos, pero no es menos contrario a la igualdad el ser aquiescente
ante una vulneración injusta de la dignidad o derechos de otro hermano, o ante
el ejercicio del totalitarismo, o ante una falsedad manifiesta.
La tolerancia y la intolerancia
no son sino herramientas, y como tales carecen de cualidad moral. Sólo su uso
lo tiene. Nuestros principios nos alientan a ser tolerantes y respetuosos (no
es lo mismo una cosa que la otra, recordemos) con un conjunto de ideas que
están de acuerdo con nuestro triple principio fundacional, pero así mismo nos
aconsejan la vigilancia y la intolerancia frente a aquellas ideas, personas o
actos que busquen destruir los principios ilustrados de libertad, igualdad y
fraternidad, sea así tanto en los talleres como en la sociedad profana.
Pretender demonizar lo que es una simple herramienta no sólo es superficial,
sino que castra y deshonra injustamente la tarea individual de lucha y denuncia
que nuestros pasados hermanos y hermanas hicieron en la lucha por los derechos
humanos, la abolición de la esclavitud y el sufragio universal. Ese camino no
está acabado, como bien sabemos, y estamos por todas partes rodeados de
injusticias y egoísmos que se merecen nuestra más firme intolerancia. No
hagamos un flaco favor a la humanidad.
He dicho.
Miguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario